Habían pasado dos años desde que visité por última vez la Ciudad de los Vientos, aquella vez contigo, ahora solo con fantasmas que me dieron la mano y caminaron a mi lado algunas calles, acompañándome a museos, charlando conmigo solo en mi cabeza mientras tomaba fotos que alguna vez nos incluían, bajo un cielo distinto, con nuevos recuerdos, distintos lugares ahora solo míos.
Mis amigos con las mejores intenciones intentaban averiguar que había sido de nosotros, no pude decir más que lo poco que se, es decir "no lo sé", tal para cual decían, soulmates, mismos gustos, e ideas similares salieron en más de una cena, sobremesa y cervezas posteriores. No se si pensaban que necesitaban reconfortarme por algo que concluyó nueve meses atrás -aunque en realidad fue mucho antes.
Música, cerveza (bastante diariamente), comida (mucha), whisky y caminatas eternas son un resumen simplista de un viaje que parece más una nueva conclusión, un recuerdo que ya no se siente molesto para el estómago ni el corazón, sino todo lo contrario.
Las casualidades regresaron a mi vida, como recordatorio que no es tan malo estar solo, y aceptar que es lo que hay, con mi inglés a medio masticar y su español de cinco frases con diez palabras fue suficiente (por suerte una de esas era cerveza), al menos la primera vez, un par de horas de plática que iniciaron en un tren que llegó atrasado sirvieron como ensayo, lo mejor estaba por venir.
La segunda, colombiana, y yo jugando al turista perdido en una ciudad caminada tantas veces, conocía perfectamente las calles y lugares, pero ella bondadosamente en sus apenas cuatro meses en la ciudad -después de vivir algunos años en NY- me sirvió de guía mientras yo me enamoraba de sus ojos y su boca, ciudadana americana, latina y soltera, por primera vez me dieron ganas de tener quién arreglara mis papeles y probar a lo que llaman el sueño americano.
La tercera, ni vencida, ni de la ciudad, tampoco residente, solo una compañera de vuelo con más millas viajadas que las que puedo juntar en mis vacaciones los últimos cuatro años, panameña que tuvo que viajar desde Ohio a Chicago de ahí a México y luego a Chile, más cinco horas extra en tren a casa, huésped de aeropuertos en conexiones eternas, mis pocas horas con ella no se comparan a las de su recorrido, tampoco nuestras historias, sin embargo 3 coincidencias y tres sonrisas, suficiente para regresar a casa, al menos para mi.
Antes de volver a casa bajando del tren la ciudad me dejo una buena postal, Chicago estará ahí y yo dispuesto a visitarla de vez en cuando, todo es cuestión de actitud y respirar profundo.
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