sábado, 2 de mayo de 2009

Capítulo I.

Complicidad

Al abrir la puerta me lleve una grata sorpresa, realmente no esperaba a alguien con tal físico entrar sin reservas a una casa desconocida, segura de sí y con un aire de extraña confianza que me permitió en el primer segundo entablar conversación como si se tratara de una vieja amiga, no recuerdo todas las palabras, ni mucho menos como iniciamos esa conversación, ese sentimiento que me hacía sentir cómodo con su compañía me permitió sentarme a su lado y tenerla lo suficientemente cerca para que su fragancia me despertara una sincera curiosidad. Yo la miraba fascinado. Me quede absorto en su facilidad de trato y la comicidad que expresaba al contar anécdotas recientes en su vida diaria, como la última pelea que sostuvo a muerte con el valet parking de un restaurante cuando no encontró los lentes que deberían estar en la funda que dejo en el auto, y que segundos después noto que traía sobre el cabello quedándose pasmada frente a un sujeto que en vez de molestarse sonrió tímidamente tras conocer su elocuente habilidad de ofender a toda la familia del pobre tipo sin la necesidad de articular una sola y sutil “mentada de madre”. Mientas me divertía con sus historias y su peculiar manera de contarlas gesticulando y en algunos casos con mímica, no podía evitar pensar que era lo que hacia esta chica en mi casa, había hablado con ella tal vez un par de veces, de lo único que podía estar más o menos seguro era que si habíamos quedado de vernos “alguna vez”, no me lo esperaba tan pronto y no se parecía en nada a la persona que tomaba mis llamadas de una manera mucho más formal, sin embargo, la misma voz y acento me indicaban que era la misma persona. Desvié la mirada hacia la cocina por un segundo cuando recordé que mi cortesía se había limitado a abrir la puerta y ofrecerle un asiento, y no así algo de beber, lo que ella intuyo de inmediato solicitándome una cerveza si es que contaba con una, solo puedo decir que con eso se gano una especie de confianza basada en la complicidad que solo da el alcohol. Me encontraba en la cocina destapando las bebidas me di cuenta que a veces la vida te sorprende gratamente y sin previo aviso, heme ahí, con una cerveza en mano, atendiendo a una chica increíblemente agradable, con un atractivo visual digno de admirarse, con una naturalidad y la sensación de confianza que te dan las personas que pareciera que su alma ha pasado más vidas que la propia y se adapta fácilmente a cualquiera pues ha aprendido que en la vida las poses y la vanidad solo son eso y no se puede hacer nada solamente con eso. Pasamos la tarde platicando, bebiendo, riendo y olvidándonos del tiempo, las horas se convirtieron no solamente en segundos, si no en un sentimiento de confort que pronto se convertiría en soledad cuando ella decidiera partir, porque eso es lo que te pueden dejar personas como ella, un vacio que solo puede ser saciado con su presencia incluso muda. Mientras avanzaba la noche pudimos darnos cuenta que lo que había empezado con tal facilidad y comodidad solo precedía una despedida forzada por lo que optamos por la alternativa más justa para ambos, nos veríamos al siguiente día, a la misma hora, pero en una cede distinta, yo la propondría en un mensaje de texto pues ella había iniciado con esto llegando a mi casa y ahora era mi turno. La acompañe a su auto y al momento de despedirse, una mirada de complicidad y una sonrisa que congelaría al más macho, me hizo darme cuenta que mañana, a la misma hora, en donde yo quisiera y ya no podía esperar.

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